lunes, septiembre 26, 2005

Anotación 29

Día: 26 de septiembre
Potencia y dirección del viento: todavía caliente, del nordeste, racheado
Dirección: hacia el oeste
Mar de fondo, con olas muy distanciadas
30 nudos


EN LA NADA


PEQUEÑA OBRA DE TEATRO EN CUATRO ACTOS


ACTO SEGUNDO

En la escena aparecen los mismos personajes en la misma posición. Ella permanece a oscuras y él iluminado con un foco de luz directa. Ella viste, en vez de sus ropas blancas, el mismo atuendo pero en color: falda vaquera de azul no muy oscuro, camiseta azul claro y zapatos rojos. Tampoco tiene pintado el cuerpo de blanco.

Voz: Háblame de tu palabra.
Yo: La verdad es que no sé mucho de ella. Sólo sé que tiene que ser algo especial, algo que dé sentido a todo: al mundo, a mí mismo y a lo que siento. Algo a lo que agarrarme y saber que estoy seguro.
Voz: Es decir, que simbolice todo esto, ¿no?
Yo: ¿Simbolizar? No, no... digo que tiene que ser, no representar.
Voz: Sí, ya, pero una palabra no puede hacer todo eso que tú pretendes. Una palabra sólo puede representar algo superior, algo distinto.
Yo: Aún no sé si mi palabra representa algo superior o no. Sólo sé que existe.
Voz: Una palabra también puede simbolizar algo de la realidad, accesible por los sentidos pero que en la mente sólo se puede simbolizar.
Yo: No lo había pensado así. Quizá tengas razón. A mi palabra la podría sentir porque la tengo dentro y además, a través de ella, alcanzaría el resto, lo que no puedo sentir. Sí, mi palabra simbolizaría algo más.
Voz: Según tú, ¿qué soy yo?
Yo: No sé, quizá un símbolo de mí mismo.
Voz: ¿De ti mismo?
Yo: Sí, una representación de mí mismo que me hace preguntas.
Voz: Un momento. Antes decías que no necesitabas ninguna explicación de ti mismo para comprenderte. Simplemente te sentías.
Yo: Sí, es verdad.
Voz: Si no necesitas explicarte, tampoco necesitas simbolizarte.
Yo: Ya.
Voz: ¿Entonces?
Yo: Quizá existas. Si no eres yo, eres tú. Puede que seas algo más que una voz de la conciencia.
Voz: Bien, ¿y?
Yo: Bueno, bueno, puede que seas ella de verdad.
Voz: ¿Quién?
Yo: Ella, la que espera.

Hace un gesto desganado señalándole. Un foco de luz directa, esta vez de frente, le ilumina a ella.

Voz: ¿Cómo es?
Yo: Es de pelo castaño rizado. Su piel es suave y morena, muy tersa. Sus ojos, de iris marrones claros, están enmarcados por unas cejas leves. Tiene pequitas marrón debajo de los ojos y un pequeño lunar al lado de su boca. Sus labios parecen muy suaves, son como una barrera para sus dientecillos blancos. Tiene las orejas pequeñas, en ellas engancha su pelo rizado para que no le moleste.
Voz: ¿Cómo es?
Yo: Bella.
Voz: ¿Y soy yo?
Yo: Sí, creo que sí.
Ella: Entonces, gracias.
Yo: ¿Por qué?
Ella: Por llamarme bella.
Yo: Por nada, lo eres. Eso también lo siento. No tengo que justificarlo de ninguna manera, sólo lo sé. Supongo que la belleza la reconozco sin dudar. Pero de lo que dudo es quién eres…
Ella: (Con aire satisfecho) Soy actriz.
Yo: ¿Actriz?
Ella: Sí.
Yo: ¿Y que representas?
Ella: Muchos papeles. Depende de las circunstancias y de lo que tengo dentro.
Yo: ¿No hay nadie que te diga qué tienes que representar?
Ella: Sí, pero al final elijo yo.
Yo: Qué suerte. Ya me gustaría poder actuar siempre según lo que me dicte yo mismo.
Ella: Puedes. Yo lo hago siempre.
Yo: ¿Y eso de actuar no resulta un poco falso? Nunca eres tú misma.
Ella: No. Representar un papel es inevitable.
Yo: No lo creo. Siempre es posible ser tú mismo y no representar nada ante nadie.
Ella: Mentira. Por eso soy actriz, siempre estoy actuando. Es inevitable actuar todo el rato. Si no estaríamos paralizados. Incluso cuando estás solo y nadie te ve, actúas para ti mismo.
Yo: Entonces…¿cuándo actúas como tú misma?
Ella: Nunca. Tú eres la elección de papeles que haces. Ocultas tus sentimientos a la mañana, a la tarde te muestras sincero y a la noche les enseñas tus miserias. La elección te configura por dentro y para fuera.
Yo: Pero hay cosas que parecen más nuestras, más propias de nosotros.
Ella: No lo son, simplemente estamos más acostumbrados a ejercer ciertos papeles que otros. Hay papeles que sabemos al dedillo y otros que nos cuestan porque nunca los hemos hecho antes. En todos interviene nuestra decisión.
Yo: ¿Insinúas que somos unos cínicos?
Ella: No, no, no lo coges. Es imposible no actuar. El hombre considera como símbolos ciertas formas de actuar. Según una decisión propia elegimos lo predispuesto para simbolizar cosas.
Yo: Es decir, que soy un elector.
Ella: Sí. Un elector de papeles.
Yo: ¿Y cómo elegir el adecuado?
Ella: Eso no lo sé.
Yo: Tienes que saberlo, eres una actriz.
Ella: ¿Y tú no lo eres?
Yo: …
Ella: ¿Y tú?
Yo: …yo…
Ella: También eres un actor, aunque todavía no te hayas dado cuenta.
Yo: Pero yo elijo por sentimientos. Y no puedo cambiar de papeles. Tengo una careta pegada a mí, que no puedo quitar.
Ella: Sí que puedes.
Yo: No en serio, yo soy como soy. Yo soy una determinada forma y no puedo evitarlo. No puedo cambiar.
Ella: Sí puedes, pero no lo intentas. Te has acomodado en un papel del que no quieres salir. No pruebas otros porque crees que no te pertenecen, aunque creas que son los mejores. No cambias porque crees que lo malo es propio de tu alma.
Yo: De todos modos…¡no puedo estar siempre cambiando de papel! Sería un hombre sin cara, sin personalidad.
Ella: Yo no he dicho eso.
Yo: Sí, lo has dicho. Has dicho que debería cambiar de papel.
Ella: No, sólo digo que deberías poder cambiar de papel, para poder elegir.
Yo: ¿Elegir?
Ella: Sí, lo que más te gusta, lo que te parece correcto.
Yo: ¿Estás diciendo que lo importante es poder elegir lo que queremos ser?
Ella: Sí.
Yo: Ya. Lo importante es poder decir “quiero parecer sincero” o “quiero parecer un asesino”, el resto da igual. Lo importante es la voluntad.
Ella: No. Sólo digo que poder elegir nos permite actuar correctamente, actuar según lo que está bien.
Yo: Ahí te he pillado. Antes me has dicho que no sabías cómo elegir el papel adecuado. Ahora me dices que debemos elegir para actuar correctamente. Eso implica una norma, una ley que se ha de seguir.
Ella: Ya. Nunca lo he negado. Lo que no sé es qué norma elegir. Hay muchas: la del bien ajeno, la egoísta, la religiosa…
Yo: En resumen, todos somos actores, lo importante es tener una norma para poder elegir los papeles que concuerden con ella. Un actor que actúa con ética.
Ella: Sí. Todo según una norma.
Yo: Ya estamos... ¿No sería mejor no tener normas?
Ella: No podrías.
Yo: Sí, podría no hacer caso a nada ni a nadie, pasar por encima de todo el mundo: sin normas.
Ella: Entonces tendrías como norma la de “no obedecer a ninguna norma”. La norma no debes verla como algo te impide avanzar o que te hace retrasarte. Es un bastón.
Yo: ¿Un bastón?
Ella: Sí, uno de apoyo con el que se avanza más, una guía, como las líneas de la carretera. Además simplifica las cosas. Gracias a las normas de, por ejemplo, nos evitamos muchas cosas, pues esperamos ciertas cosas de las personas porque así está establecido.
Yo: Entonces, ¿nuestro actuar está formado por la elección de las normas?
Ella: Sí, justo. Nuestro actuar está formado por unos papeles elegidos a la luz de unas normas, para las que tenemos una total libertad de elección, de normas y de papeles.

FIN DEL SEGUNDO ACTO

miércoles, septiembre 14, 2005

Anotación 28

Día: 14 de septiembre
Potencia y dirección del viento: caliente, del nordeste
Dirección: tenemos arriadas las velas
Mar como un plato
¿?
EN LA NADA

PEQUEÑA OBRA DE TEATRO EN CUATRO ACTOS

ACTO PRIMERO

En la escena aparecen inmóviles un hombre y una mujer jovenes, ella está colocada al fondo del escenario, de frente a los espectadores, y él, en primer plano, de perfil. Entre ambos hay una distancia de cinco o seis metros.

Todo el escenario está oscuras excepto un foco que lo ilumina a él desde arriba. El hombre viste pantalón, zapatos y camisa -de dos bolsillos en el pecho- totalmente blancos. Su cara y su pelo también están pintados en ese color. Mira al suelo, frunce el ceño y, excepto sus labios, permanece en completa inmovilidad.

Ella permanece a oscuras, no se le ve. También viste de blanco, de falda hasta las rodillas y camiseta blanca, algo ceñida. Lleva zapatos planos también blancos. Todo el cuerpo que no es tapado por la ropa está pintado de blanco: la cara, los brazos, las piernas, etc. Ella permanece un postura de espera, con los brazos delante del cuerpo, agarrada una mano con la otra y con la mirada perdida al frente, hacia los espectadores.

Comienza a hablar él.

- ¿Qué buscas?
- Nada.
- No creo que la encuentres.
- ¿Cómo?
- Digo que no creo que la encuentres.
- ¿El qué?
- La nada.
- ¿Y eso por qué?
- La nada no se encuentra. Es nada.
- Sólo era una forma de hablar. No me refiero a la nada en sí.
- Tampoco te podrías referir a la nada en sí, porque la nada en sí no existe.
- Bueno, digamos que no estoy buscando, ¿vale?
- Entonces, ¿por qué estás inclinado hacia delante y frunces el ceño?
- No, por nada.
- Por nada no se puede hacer. Si tu razón es la nada, no tienes razón.
- (Se desespera) Ya empezamos... sí, estoy buscando algo.
- ¿Qué buscas?
- Pues... una palabra.
- ¿Cuál?
- Si la supiese no la estaría buscando.
- Digo yo que sabrás algo de ella, ¿no? Un indicio, una prueba, algo que te dice que existe.
- No, simplemente lo sé.
- ¿Qué sabes que sabes?
- Eso, que existe la palabra.
- ¿Cómo?
- Creo que la intuyo. La siento, sin saberlo a ciencia cierta, pero estoy seguro de que existe.
- ¿Y cómo sabes que existe seguro?
- Ya te he dicho que la siento.
- No, tonto, cómo sabes que existe eso que dices que sientes.
- Simplemente está ahí. No hay nada que permita dudarlo.
- Ahhhh, interesante. Sólo sabes lo que sientes, ¿no?
- Ehhhh... sí, más o menos.
- Pero no sabes cuál es tu palabra, ¿no?
- Ya.
- ¿Por qué?
- Por que no la siento. Siento que existe, pero no la siento.
- Entonces, ¿por qué la buscas? Si sólo sabes lo que sientes, nunca podrás encontrarla.
- Espero encontrarla... y sentirla.
- ¿Y tú?
- ¿Yo qué?
- Sí, tú, ¿te sientes?
- ¿Cómo que si me siento? Yo existo, no necesito sentirme. Si algo tengo seguro es que yo existo.
- Ya, pero tampoco te sientes, por lo que deberías dudar de ti mismo.
- No, yo soy distinto al resto de las cosas que no siento. Sé que pienso.
- ¿Y yo?
- Tú... no sé.
- No me sientes, ¿no?
- No.
- Podría no existir.
- Sí.
- (Entristecida) Dudas de mí.
- ...
- Yo me siento.
- Ya, pero eso no vale. Te tengo que sentir yo, conocerte. Podrías ser sólo una imaginación.
- ¿Una voz dentro de tu conciencia?
- …
- ¿Una voz de tu conciencia?
- No sé, quizá sí. A menos que seas ella.
- ¿Quién?
- Ella. La que tengo delante.
- ¿Dónde?
- Allí enfrente, en la acera, a cinco metros de mí.

Otro foco ilumina a la joven, también desde arriba.

- ¿Cómo sabes que existe?
- No lo sé. Quizá no exista.
- ¿Otra voz de la conciencia?
- No, la única que me habla eres tú. Ella sólo espera. No me habla.
- Entonces, ¿quedamos en que soy una voz de la conciencia?
- No sé. No te siento, no sé qué eres. Sólo sé que estás ahí.
Voz: ¿Y eso no debería ser suficiente?, ¿estar no es ser?
- Quizá. No sé.
Voz: Y tú, ¿quién eres?
- Yo soy yo. Es lo único que puedo saber. Eso y que existo.
Voz: Entonces quedamos en que tú eres yo y yo soy una voz de tu conciencia.
Yo: Sí, supongo que podríamos decirlo así.

FIN DEL PRIMER ACTO