domingo, septiembre 26, 2010

Anotación 71

Día: 26 de septiembre
Potencia y dirección del viento: peso, del sur
Dirección: hacia el oeste
Algo picado
25 nudos

Emisión interceptada Entregado.al.mar.De.Lorenzo.Concurso.Relatos.UN.


Todas las noches se sienta al lado de la pared de piedra, inerte, como si en su quietud imitase a la roca que, a un lado, le da apoyo. Abrazándose las rodillas en silencio mira a ese mar que le da de comer y que, hace tiempo, comió a aquellos que amaba. A veces llora, otras gimotea algunas palabras en ese idioma arcaico que el género humano comparte cuando sufre. Desde lejos se le confunde con la arena que le rodea y que lame los harapos que viste: una camisa con desgarros y un pantalón remendado con una cuerda de cáñamo que lo sostiene en la cintura. Sus pies se funden desnudos con la materia primigenia formada por el embate del mar durante millones de años. La arena le trepa por los tobillos y por el pantalón como si la playa quisiese, en un abrazo de muerte, engullirlo.
Hace tiempo que las buenas gentes de Cabreira dejaron de asustarse al percatar su presencia. Todos le miran con una mezcla de compasión y cariño, casi siempre acompañada de un velaí vai Suso, o tolo. Sólo lo ven por la mañana, cuando vuelve de su encuentro con el mar. El resto del día lo pasa encerrado en su casa, sentado en un viejo sillón, dormitando. Allí reúne fuerzas para su encuentro diario con el mar. Al principio, ya hace muchos años, algunos lo acompañaban durante unas horas mientras esperaba a que eles volviesen. Pero, mientras las desgracias se fueron olvidando y las heridas se cerraron, le fueron abandonando en su sitio, en el fondo de la playa, pegado a la roca.

Allí se sentó desde el día que sus queridos no volvieron. Desde aquel día en el que todo el pueblo atisbó hacia el mar buscando una vela, un manchón de aquellos que, con la desgracia, se habían quedado en la mar. Muchos marineros volvieron con las pequeñas chalupas anegadas y con historias para contar a los pequeños. Eles non. Eles se quedaron en la tempestad, dando vueltas para siempre. Y mientras la gente del pueblo bullía con cada llegada y con la espera, Suso nunca se movió, permaneció sentado al fondo de la playa, al lado de la roca, mirando al mar. Y allí esperó.

En sombra

Días de lluvia, días en los que el viento parece jugar con el mar no consiguieron moverle de su sitio. Solo, hecho una bola, con los ojos negros fijados en el horizonte. Escuchando el sonido de las olas que rompen en la orilla, el murmullo de millones de burbujas y de miles de leves choques entre las piedras. Ese sonido del agua fría introduciéndose en los recovecos de la arena, corriendo entre grietas. Y también el del ulular del viento, que tira y afloja su manto en rápidas volteretas y quiebros mientras se desliza sobre el agua, rozando con las puntas de sus telas el mar. El sonido llega hasta sus oídos y, a veces, para escuchar mejor el hablar de su enemigo, cierra los ojos.

Las voces del lugar dicen que Suso les ha musitado, entre dientes, que a veces eles vuelven. Que, cuando todos duermen, eles llegan con una barca de humo a la pequeña playa. Que saltan a la orilla y descargan cajas de pescado plateado y blanco. Que no hablan, tan sólo alinean su carga en filas fantasmales. Dicen las voces de Cabreira que no son como deberían ser, que, como les ha dicho Suso, tienen un color azulado en la piel y sus ropas están desgarradas y roídas. Y él, aunque se les ha tirado a sus pies llorando y rogando que vuelvan para siempre, nunca consigue que eles salgan de su rutina eterna.

Dice Suso que algún día se lo llevarán. Así afirma la gente del lugar, seguros de que algún día él desaparecerá para siempre. Que una noche podrá montarse en su barca de vapores y embarcar con su padre y su hermano. Enrolarse en su pesca para siempre, tornando su piel pálida por la intangibilidad de los muertos en la mar. Cambiando su larga espera en la playa por una vida de trabajo tras el fruto del asesino, vendido al culpable de su aturdimiento y su pena. Entregado, por fin, a la mar.